Domingo, salí a pasear en bicicleta a las once de la mañana. Lleno de controles policiales. Hice un camino raro para llegar al Parque.
Pinché y a la vuelta emparché en una gomería que me pidió que yo desarmara la rueda.
Andar en bicicleta es una práctica legendaria, una repitidad.
Cuando vivía en Dorrego, a unos siete kilómetros del Parque, una vez nos fuimos con Elena y nuestros dos hijos al Parque, un domingo y al pasar por una calle, mi rueda se metió en una rejilla de alcantarilla, algo así de rimado, volé por los aíres y mis cuarenta y pico años gravitacionarion al centro de la tierra, un recorrido menor que el de mi Tío Eugenio cuando su moto fue sorprendida, en un cruce con un auto y su cuerpo ingrávido voló en camara lenta hasta dar con un respirador artificial. Así lo vi cuando lo fui a visitar al hospital en Alvear. Estábamos de vacaciones de verano en el pueblo donde mi madre conoció a mi padre y fueron perdices que corrieron felices.
En ese tiempo Elena subía hasta arriba del cerro de la Gloria, un subidón de unos 300 metros pero que yo no podía hacer y ahora sí.
Estando en España también seguí con mis salidas en bicicleta, allá vivíamos en Cuevas del Almanzora, un pueblo exminero, de 10.000 habitantes, no se si lo dije: allí nació mi madre, en una pedanía de Cuevas, Las Cunas.
Al lado del pueblo pasa un río seco desde hace muchos años, queda su lecho muerto y por las orillas hay un camino por donde me iba en bicicleta hasta Palomares, un pueblo perteneciente al ayuntamiento de Cuevas del Almanzora y donde en los años sesenta cayó una bomba atómica y si bien no estalló su polvo radioactivo se esparció por el pueblo y los chicos jugaban con ese polvo que era luminoso, como luciernagas armaban en la noche.
Mi madre, que es parte de mi autobiografía, me contaba que Palomares era el lugar donde su familia se iba de veraneo, era un camino de unos seis kilómetros contando desde Las Cunas.
El el 2009, los últimos meses que estuve en España, andaba arrebatado, por idea de Silanes, con la idea de escribir una novela de mi madre, Concepción se llamó, y esta escrita.
Una tarde en cronista del libro de mi madre, fui a las cunas y me encontre con algunos parientes superlejanos de mi madre y una tremenda bandada de pájaros. Luego subí una cerrillada que desembocaba a pocos metros de lo que había sido la casa de mis abuelos y me encontré con una mujer pariente, estaba en una silla de ruedas y me contó algunas historias de la miseria que habían pasado en esa zona en los tiempos posteriores a la guerra civil.