Mientras hacía gimnasia con Valentín mi profesor , pensé en la inmortalidad.
A los 16 años compré mi primer libro, El misterio de las hormigas de Mauricio Maeternlink, en la librería Cosenza. Un tiempo que el barrio se extendía hasta el centro de Mendoza, del que llegaba caminando, unas diez cuadras por la calle Saavedra.
Atravesaba el canal Cacique Guaymallen defendido por dos leones de yeso pintados de dorado.
Luego venía el Hospital Central y entonces estaba Cosenza, una librería atendida por una mujer, reencarnación de Annie Besant, la teosofa, feminista y socialista, educadora de Krishnamurty y discípula de Madame Blavatsky.
El incienso parecía emanar de la mujer que se corporizaba cuando yo llegaba. La librería era un pasillo flanqueado por un ejercito de libros, luego había un trasfondo habitado por otro fantasma, un delgado espectro que nunca lo escuche pero sabía que allí estaba cuando aparecía con una tasa de té.
Los libros que me atraían eran los esotéricos y allí estaba Materlink. Ella me hablo de Roentgen, el inventor de los rayos mortíferos, que asistía a sesiones espiritistas donde una mujer se aparecía.
Y en los estantes estaba Silo, Silo y la liberación, Autobiografía de un yogi, la Autobiografía de Gandi, Walden de Thoreau.
Ya no recuerdo bien, pero solo me atraían esos libros. Estaba en tercer año del secundario, a mediados de año cuando me echaron del Liceo Militar. Luego vino cuarto año y en quinto llegó a Mendoza la Gran Fraternidad Universal, un peruano de barba, vestido siempre de blanco y sandalias, yo tenía 17 años y fui el discípulo mas joven.
Creo que era 1970 y en el 69 Silo había dado su arenga.