Las estatuas debieran tener paracaídas

En el imaginario están todas esas estatuas derribabas últimamente, desde la de Sadam, las de Colón, Stalin en los cincuenta. Las estatuas debieran hacerse con paracaídas.

Mi padre me contaba que cuando fue La libertadora, el golpe militar que derrocó a Perón en 1955, esa noche fue al partido en su pueblo y que con otro peronista, el único que había asistido esa noche, flamearon desde la terraza la bandera argentina mientras por la calle veían desfilar una procesión de peronistas arrepentidos arrastrando el busto de la Eva Perón que acababan de derribar de la plaza del pueblo.

Lo de Stalin lo contaba alguien que llegó a Rusia en tiempos de Stalin y que se volvió cuando este caía en desgracia. Muchos monumentos estaban a medio hacer dado que había un protocolo que establecía que en cada nueva plaza debía haber una estatua del ahora dictador. También las escuelas debían tener en su patio y al lado de la bandera, la estatua de Stalin. Los pueblos importantes tenían su escultor y este siempre estaba muy atareado haciendo estatuas nuevas o restaurando estatuas dañadas por el orin, las lluvias y ultimamente por el vandalismo nocturno y cobarde.

Ahora el escultor de un pueblo cercano a Stalingrado no puede creer como derriban su estatua de Stalin, como le lanzan sogas de ahorque y tironean y el escultor, admirador de la estatua de David, la que tomó de modelo para adorar a su querido liberador del nazismo aleman, ahora entre la muchedumbre trata de pasar desapercibido y aplaude y grita cuando los otros gritan.

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