Estuve mucho tiempo enamorado a pesar que no le toqué ni un pelo. Hace un tiempo me enteré que le había dado cáncer a la cabeza. Me contaron que perdió todo el pelo por las radiaciones y que también le afectaron su rostro convertido en desfiguraciòn. Andaba todo el tiempo con un pañuelo que cubría su rostro y empezó a perder hueso craneano a tal extremo que se le veía el cerebro.
Lamenté su final. La amé durante años y a pesar de mis pocas chances, reducidas año a año, una vez la fui a verla y no recuerdo con que excusa, pero no me dio bolilla, su indiferencia residía en lo que habla «Las estrategias fatales»: no me deseaba en lo más mínimo.
Un tiempo tomó gimnasia con mi hermana y algo le contó de mi, y a pesar de los años pasado, la esperanza de recobrarla de que sintiera algo por mi, ridículamente se avivó. Yo era un caso para el capítulo bochornoso del libro Las estrategias fatales.
Ahora estoy viviendo algo parecido, eso de convertirse en un personaje que mezcla lo ridículo, lo trágico, lo patético y sumemos lo cantinflesco.